Cuenta la leyenda que los venerables padres del golf se reunieron en el club de St. Andrews (Escocia, Reino Unido), cuna del golf, para discutir sobre cuál debía ser el número de hoyos de un campo reglamentario. No quedaba muy claro si eso era importante, decían unos; entre cinco y quince, defendían otros. Hasta que uno de ellos propuso que fueran exactamente 18. ¿Por qué? Preguntaron sorprendidos el resto de los reunidos. Porque tenía la costumbre de tomar un trago de whisky al finalizar cada hoyo, y eran 18 los que necesitaba para terminar una botella, una cantidad razonable para antes del almuerzo.
John Ford decía que cuando tenía que elegir entre la historia y la leyenda, él siempre elegía la leyenda. Nosotros somos muy «fordianos», por lo que nos quedamos con la leyenda, imaginando a los venerables padres del golf reunidos en un salón forrado de madera, con un buen vaso de whisky, una pipa o un buen puro en las manos, la madera crepitando en la gran chimenea, la lluvia golpeando los cristales y un reloj dando las horas. Convendrán conmigo que es mucho más bonito que algo tan prosaico como decidir las reglas de un juego en función del terreno.
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